Damocles era un cortesano
del palacio de Dionisio II, rey que gobernaba Siracusa, la ciudad griega más
importante de Sicilia en el siglo IV a.C.
Nuestro personaje halagaba
al rey con la esperanza de lograr una posición de más poder. Era tanta la
adulación y la envidia, que Dionisio ofreció a Damocles ocupar el trono por un
día para que sintiera la gloria y la responsabilidad de gobernar.
Cuenta la leyenda que ese
día se sirvió en la corte un espléndido banquete, el cual disfrutó Damocles a
cuerpo de rey. De pronto, levantó la mirada y se dio cuenta de que sobre su cabeza
estaba colgada una espada enorme, afilada y apenas sostenida por el pelo de un
caballo.
Damocles se llenó de
pánico al advertir el peligro que corría, mientras había estado disfrutando de
los placeres del vino, de los manjares y de las bellas mujeres que tenía bajo
sus órdenes.
Inmediatamente se bajó del
trono y le dijo al rey Dionisio que ya no lo envidiaba y que ya no quería
seguir siendo tan privilegiado.